El tirano Maduro rompió la república en Venezuela y con ello, estableció su dictadura sin miedo y de frente.
El pasado 28 de julio, se llevaron a cabo las votaciones “democráticas” en Venezuela. Y hay que aclararlo, porque, aunque el Régimen de Maduro, Lula de Brasil, AMLO de México y, por supuesto, Petro de Colombia, han querido establecer que en el país vecino hay una democracia, la verdad salió a la luz. Venezuela pasó de ser una república democrática a un régimen totalitario. ¿Propiedad? No hay, porque con un simple “alarido” de Maduro, te expropian lo que es tuyo. ¿Libertad? Aunque ya no había, el régimen se quitó la máscara y en los últimos días, ha perseguido, cual cacería de cristianos, a todos aquellos que tienen videos de marchas, de la represión o que, simplemente, expresan una opinión contraria a la que el Régimen quiere imponer. ¿Vida? Están arrestando injustamente, incluso exponiendo a tortura a los opositores y no me refiero sólo a los actores políticos, también al ciudadano que está en contra de la dictadura.
Y lo más importante es que la República de Venezuela dejó de ser, eso sí, hace bastantes años y por ello, una dictadura emergió para establecerse en el país vecino. El ocaso de un país que se regía por el imperio de la ley empezó desde la llegada de Hugo Chávez al poder, además de manera democrática. Chávez siempre demostró un desprecio incansable por la ley y parte de su bandera electoral fue una constituyente, tal cual lo llegó a hacer cuando fue elegido. Luego de su asamblea nacional y posteriores reformas, la separación de poderes quedó desdibujada, pues el poder popular de Chávez y sus intervenciones a las otras ramas del poder público debilitaron el concepto de República.
La República es considerada el imperio de la ley. La ley se impone al poder y no, el poder a la ley. De hecho, Dios a través de su palabra nos habló de la ley y de la creación de la república hebrea, la primera en la historia. Al pueblo judío le dio unos mandamientos, unas leyes, para la convivencia entre seres humanos. Estas defendían los principios que hoy están siendo violados en Venezuela: vida, libertad y propiedad. Incluso, Dios nos habla de la separación de poderes para evitar que el poder corrompa a quienes lo ejercen y para salvaguardar a las personas “Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará” (Isaías 33:22). Dios es el único que puede ser legislador, juez y rey al mismo tiempo.
En Venezuela, vemos como, a través del poder popular, la república fue erosionada al punto que hoy, la ley allá es un simple saludo a la bandera. El poder legislativo funciona como notario o validador de la dictadura. El poder judicial es el perro rabioso que persigue a los opositores o a aquellos que disienten en la democracia y el poder ejecutivo, pasó a ser un régimen totalitario que se cree dueño de todo, porque el Estado es plenipotenciario. Ellos creen que el Estado es quien debe dar de comer acuérdense de los CLAP, los subsidios alimenticios que dan. Ellos creen que el Estado es quien debe dar la educación. Ellos creen que el Estado debe dar las viviendas. Ellos creen que el Estado da la riqueza. Y si ellos creen eso, también creen que todo lo pueden quitar. Todo es de ellos. En resumen, la idea socialista del Estado.
La ley está dada para todos, sin distinción de raza, sexo o edad. La ley es igual para todos. En el caso del Régimen Socialista, la ley es impuesta por diferencias y para suprimir las libertades del ser humano. Es una tiranía que manipula la justicia, ahoga la libertad y despoja la propiedad, estableciendo un dominio absoluto sobre cada aspecto de la vida de los ciudadanos. En esta distorsionada realidad, donde el Estado se erige como el único y todopoderoso proveedor, se aplasta la esencia misma de la república.
Así, Venezuela se convierte en un sombrío recordatorio de lo que ocurre cuando los principios democráticos son sacrificados en el altar del autoritarismo. Y mientras el régimen de Maduro continúa su ofensiva contra todo lo que queda de libertad, el mundo observa, a veces con indiferencia, el desmoronamiento de una nación que una vez se jactó de ser un baluarte de la democracia en América Latina. La lección es clara: cuando el poder no está equilibrado y la ley no se respeta, la república no solo cae, sino que se desmorona bajo el peso de la tiranía. ¡Ojo con nuestra República, Colombia!